lunes, 22 de marzo de 2010

Viajes: Alfama, con sabor a fado

Si se mira a Lisboa desde el estuario del Tajo, los ojos serán irremediablemente atraídos primero por la silueta del castillo de San Jorge, en lo alto de la colina que da identidad a la ciudad, y luego por el entramado de callejuelas estrechas, con casitas blancas y tejados rojos, una abigarrada confusión de calles adoquinadas, cuestas y escalinatas que van bajando hacia el río.

Es Alfama, el barrio más antiguo de la ciudad, casi como una aldea en medio de la capital portuguesa, un barrio de gente humilde y cálida, con la ropa tendida al sol en plena calle, muros de azulejos, macetas de geranios colgadas de los balcones y olor a mar y sardinas asadas.

Alfama ha inspirado a poetas, pintores y cineastas, y de allí han salido hacia el mundo los más grandes artistas del fado, la música más auténtica y significativa de Portugal.

"Vive en una calleja de Alfama / y la llaman madrugada / pero ella, de tan alocada / ni sabe cómo se llama", le cantaba al barrio Amalia Rodrigues, la reina del fado. Irresistible de día, misteriosa y profunda de noche, Alfama es un lugar que enamora al viajero para siempre.

El tranvía 28

La mejor forma de llegar a Alfama es subir con el tranvía 28 hasta el castillo de San Jorge y, desde allí, ir bajando para descubrir ese enjambre de pequeñas casitas blancas con paredes descascaradas, tabernas, restaurantes, talleres de artesanos, casas de fado y un puñado de preciosas iglesias.

El tranvía 28 es casi una institución en Lisboa, porque pasa por algunos de los puntos más emblemáticos de la ciudad, pero es fácil darse cuenta cuándo entró al barrio de Alfama, porque las calles comienzan a angostarse hasta que se tiene la sensación de que el vagón va a rozar los muros de las casas.

Primera parada, entonces, el castillo de San Jorge, con sus once torres, los restos de la capilla real y el patio de armas, y los jardines y terrazas con vistas espectaculares de la ciudad de Lisboa.

Recorrer Alfama, en realidad, permite detenerse en una colección de miradores, cada uno con una panorámica más hermosa. Allí está el mirador das Portas do Sol, un balcón privilegiado sobre el barrio, que permite apreciar el dibujo desordenado y colorido de las casas sobre la colina y, de fondo, el Tajo y el puerto.

A pocos metros de allí se encuentra el mirador de Santa Luzia, decorado con azulejos, desde donde se puede observar una magnífica panorámica que incluye la cúpula de Santa Engracia, la iglesia de San Esteban y las dos torres blancas de la iglesia de San Miguel.

Alfama conserva muchísimos vestigios medievales e infinidad de detalles de las culturas hebrea y morisca.

Aires medievales

Aquí se encuentran algunos de los monumentos más destacados de la capital portuguesa, como la Catedral conocida como la Sé, que se comenzó a construir en el siglo XII sobre una antigua mezquita musulmana y todavía conserva un aspecto medieval; la iglesia y monasterio de San Vicente de Fora, uno de los ejemplos más representativos de la arquitectura manierista en Portugal; y la iglesia de Santa Engracia, un edificio impactante.

Imperdibles son también la iglesia y el museo de San Antonio, el Museo de Artes Decorativas, el Museo del Fado y la espectacular Casa dos Bicos, un pintoresco palacete revestido de piedra esculpida en forma de picos que se utiliza para albergar muestras de arte.

Días y noches

De día, Alfama es uno de esos barrios en los que cualquier viajero adora callejear, para detenerse en alguno de sus múltiples y entrañables rincones: una tienda de azulejos donde un artista está pintando baldosas; un chiringuito improvisado de venta ambulante con una mujer voceando a coro sus frutas y verduras; una esquina con una barbacoa en la calle donde se están asando sardinas; un señor mayor que saca su silla a la vereda para tomar un vasito de vino o cerveza y charlar con los vecinos.

En el Campo de Santa Clara, justo detrás del monasterio de San Vicente de Fora, abre todos los martes y sábados el encantador Mercado de la ladrona. Así lo llaman por su pasado de negocios turbios.

Allí se puede encontrar de todo un poco, desde soperas, libros y artesanías hasta discos de vinilo y, sobre todo, antigüedades. En el colorido mercado, al que también se acercan vecinos a comerciar objetos que ya no usan, impera la ley del regateo. Por él circulan desde portugueses típicos hasta gitanos, hindúes y hippies.

Por la noche, aunque las callejuelas apenas iluminadas intimidan un poco a primera vista, Alfama está llena de vida, con tabernas muy sencillas y también restaurantes gourmet donde probar las especialidades de la comida portuguesa y, sobre todo, con infinitas opciones para disfrutar de la exquisita música de fado, acompañados de un buen vaso de vino o de dulce ginjinha, el licor de cerezas típico de la ciudad de Lisboa.

Hay bares con un estilo más improvisado, donde de pronto un cantante sale a mostrar lo suyo y lo hace a la manera del fado, nostálgica y desgarradora. Entre esos bares, se destaca el maravilloso A Baiuca, muy popular, con mesas largas, manteles sencillos y un increíble arroz con peixe.

Y hay también restaurantes muy elegantes, que ofrecen cenas típicas y la actuación de varios artistas consagrados, como el Clube de Fado, uno de los mejores de la ciudad y con los músicos más prestigiosos.

Sencillo, vivo e inolvidable. Así es el barrio de Alfama.

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